domingo, 11 de marzo de 2018

STEPHEN KING: ¡Sí, el hombre del saco!: Cualquier mañana durante su niñez, cuando su madre le gritaba que se comiese la fruta del desayuno que si no vendría el hombre del saco para llevárselo.

Nadie lo sabía antes, pero la imagen del “Hombre del Saco” le perseguiría a Stephen King a lo largo de toda su vida y lo que hacía para combatir dicha imagen era imaginar historias, si cabe, más terroríficas cada vez, con objeto de combatir ese terrible recuerdo de su niñez cuando su madre le gritaba ¡QUE VIENE “EL HOMBRE DEL SACO”!.


Y él pensaba cínicamente, pero con cierto terror: ¡JA!, ¡Sí, “el Hombre del Saco”!.

Pero a Stephen lo que le causaba más terror era el recuerdo de cierto oscuro vecino al que veía volver de su trabajo cargado con enorme saco a la espalda. 

Era el enterrador de su ciudad, Portland, en Maine, USA.

Stehpen no sabía lo que traía del trabajo e iba almacenando en algún sórdido agujero del sótano del edificio de su casa, que era donde vivía, pues siempre se iba por la mañana, muy temprano, con el saco vacío... pero se lo imaginaba…

¿Qué sería en realidad lo que podría acumular en el sótano proviniendo del cementerio?...
Nadie lo sabía, pero era una duda que le corroía a todos los niños del edificio… y del barrio... y que les obligaba a vigilarle para descubrir su secreto.

En alguna ocasión, al cruzarse con él por la noche, les había invitado a Stephen y sus amigos a bajar al sótano, pero siempre habían huido de la invitación con bastante terror.

Tanto Stephen como sus amigos, imaginaban las cosas terribles que podría estar almacenando en el sótano cada noche.

Por esto, cuando su madre le amenazaba con el “Hombre del Saco”, aunque le recorría un escalofrío por la espalda, Stehpen pensaba, para darse valor: "¡JA!, ¡Sí, El Hombre del Saco!" pero pensaba en su vecino, el enterrador del cementerio de su ciudad...

Lo único que podían observar de la actividad del vecino era un humo gris y espeso que salía de la chimenea del cuarto de la caldera de la casa cada vez que volvía de su trabajo con el saco. Esto sólo les hacía pensar cosas terribles, a Stephen y a sus amigos, a pesar de que su madre siempre le indicaba que era el encargado de la calefacción del edificio. 

Y es que la imaginación no tiene límites y aún les hacía pensar con qué estaría alimentando la caldera el oscuro vecino del sótano que todos los días traía cargado a su espalda un saco lleno y a la mañana se lo llevaba vacío a su trabajo… en el cementerio.




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Mientras redactaba este post escuchaba a Heilung:










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