Carlos I de España y V de Alemania |
En realidad, a lo largo de su inquieta
vida, durante la que hizo multitud de grandes viajes por todo su
imperio, excepto a las américas, Carlos I de España (y V de Alemania,
donde al parecer siempre han ido un poco por delante nuestra) hizo
muchos admiradores y también enemigos, pero todos le respetaron
profundamente.
Sin embargo, Higia, la diosa de la
salud no estaba entre sus admiradores, precisamente. Ni a él le
importaba demasiado, según el plan de vida que se marcaba para tener
todo su enorme imperio controlado. Y así le iba con todas sus
dolencias y achaques como la gota, que intentaba mitigarla comiendo
abundantemente y bebiendo mucha cerveza para "olvidarla“.
Cansado de su azarosa
vida, decidió abdicar en su hijo Felipe II e irse ‘‘con viento
fresco“ a la zona extremeña de Yuste, próxima a los Picos de
Europa, aunque eso del “viento fresco“ parece que no fué muy
acertado debido a las calores que rondaban por la zona y que, de
alguna manera, algo tuvieron que ver con su final.
Seguramente fueron muchos aciertos la
mayoría de sus decisiones a lo largo de si vida, para mantener el
poder de forma ordenada pero desde su abdicación, quizás tomó las
decisiones más equivocadas de su vida.
Así, una clurosa tarde de verano, en
el destino elegido para su descanso, y en una terraza orientada hacia
el sur, con vistas a la huerta de los Jerónimos, con el telón de
fondo de los estanques construidos para él por su relojero e
ingeniero, Juanelo Turriano, con quién compartía esos instante,
pensaba en todas esas decisiones que había tomado en los últimos
meses para acabar descansando placidamente en éste retiro de Cuacos
de Yuste, cuando se le atravesaba otro rápido pensamiento:
¡JODIDOS MOSQUITOS! mientras se atizaba un manotazo en el cuello
donde acababa de posarse uno de estos insectos.
Así que si estaba contento con su
decisión de abdicar, e irse a la zona extremeña de La Vera, elegida
para su descanso definitivo, seguro que no se le pasó por la cabeza
que la culpa de su muerte la tendrían una serie de circunstancias
que se encadenaron por el azar de la historia.
Juanelo Turriani |
Las circunstancias fueron estas: Carlos I de España (y con cierta
ventaja V de Alemania), siguiendo los consejos del noble palentino
Luis Ávila y Zúñiga, tomó la decisión de trasladarse a Cuacos de
Yuste en la zona de La Vera de Extremadura, para disfrutar del suave
clima de la zona.
También tomará la decisión de
llevarse con él a su relojero de confianza, Juanelo Turriano, que
para aliviar los calores del verano extremeño no se le ocurrió otra
cosa que diseñar unos estanques que refrescaran el ambiente, para
mitigar la sensación de “asarse de calor“, como decía su
mayordomo, Luís Quijada, y que naturalmente resultaron ser unos
excelentes caldos de cultivo para las nubes de mosquitos que
proliferaron, ampliando el área de cobertura del mal más endémico
de la zona, que resultó ser el paludismo, también conocido como
malaria, y de esta guisa resultase lo más normal del mundo que el
César, como también se llamaba a Carlos I de España (y V de
Alemania, un poco más adelantados), que pensase durante la calurosa
tarde de Julio de 1.558: ¡JODIDOS MOSQUITOS!
y es que aún no se sabia que el
mosquito sólo era el portador de otro actor de esta obra, un
parásito microscópico llamado Plasmodium, culpable de la malaria.
En fin, todas estas decisiones, un
tanto equivocadas, pero que al final proporcionaron al tal Plasmodiun
hacerse con el éxito de llevarse por delante al mismísimo César,
Carlos I de España (y V de Alemania por tener la costumbre de
anticiparse) unas semanas más tarde, concretamente el 21 de Septiembre a las 2 de la madrugada (más o menos).
Todo un César finalmente
vencido por un humilde parásito de un anónimo mosquito, natural de
un pueblecito de extremadura.
Mientras meditaba sobre este pensamiento, escuchaba a ZZTop.
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